24 DE FEBRERO DE 1895
24 DE FEBRERO DE 1895

Por Pedro V. Roig
Los griegos sostenían que el carácter es el baluarte para enfrentar los golpes del destino, y distinguen a quienes se imponen a la adversidad de aquellos que sucumben en la lucha. A finales de 1894, el destino puso a prueba el temple de José Martí cuando enfrentó el desastre de Fernandina.

El Partido Revolucionario Cubano había invertido los fondos recaudados en preparar el regreso de los principales jefes mambises, veteranos de la Guerra de los Diez Años. Gracias al cumplimiento fiel de las cuotas financieras por los numerosos clubes de exiliados,se logró adquirir tres naves y el equipamiento militar necesario para armar un fuerte contingente de combatientes. Las expediciones partirian del puerto de Fernandina, cerca de Jacksonville, Florida, un enclave rústico de reducida población y escasa actividad comercial.

El vapor Lagonda iría al mando de Antonio Maceo y Flor Crombet con unos 200 hombres. El Lagonda tenía casco de madera, 120 toneladas de desplazamiento y hacía 12.5 nudos de velocidad. El barco los recogería en Costa Rica y los llevaría a la provincia de Oriente.
El vapor Baracoa, con casco de hierro, 380 toneladas de desplazamiento y bandera noruega, vendría al mando de Máximo Gómez. Zarparía con Martí, José Mayía Rodríguez, Enrique Collazo y unos 300 hombres para recoger a Máximo Gómez en Santo Domingo y desembarcar con los combatientes cerca de Santa Cruz del Sur, provincia de Camagüey.
El vapor Amadís iría al mando de Serafín Sánchez y Carlos Roloff con unos 200 hombres. Construido en 1893, con 85 toneladas, 100 pies de eslora, y 11 nudos de velocidad. El Amadís los recogería en Cayo Hueso para desembarcar en el litoral norte de Las Villas, donde se les uniría el veterano Francisco Carrillo con tropas a su mando.

Es evidente que Marti demostró su extraordinario carisma y capacidad ejecutiva al recaudar los fondos necesarios y unir a los veteranos jefes mambises. Sin embargo carecía del entrenamiento y la experiencia necesaria en operaciones clandestinas para garantizar la seguridad de una empresa de tal envergadura.
Por su parte, el embajador de España, Enrique Dupuy de Lome, contrató los servicios de seguridad de la importante agencia Pinkerton, que informaba a los agentes federales de Estados Unidos sobre las actividades de los exiliados. El presidente Grover Cleveland exigió la más estricta neutralidad. Estos hechos, sumados a numerosas y lamentables indiscreciones, pusieron en riesgo el éxito de la operación.
Pero el día nefasto llegó cuando los jefes de las expediciones nombraron sus representantes para ultimar los preparativos finales. El coronel Fernando Lopez Queralta, designado por Serafin Sanchez, traicionó indigna y deslealmente las operaciones el 8 de enero, movido por ambiciones frustradas y malicia mercenaria.Como resultado, las autoridades norteamericanas confiscaron toda la expedición, incluyendo las naves y el equipo militar.
Este es un momento decisivo en la historia de la independencia cubana. El 29 de enero de 1895, Marti envía la histórica carta a Juan Gualberto Gomez, su delegado en Cuba, con la orden del levantamiento. Martí comprendió que la represión española haría imposible mantener la red conspirativa si se demoraba más tiempo, demostrando su carácter para tomar decisiones difíciles bajo presión extrema.

El insigne historiador Jorge Manach escribe: “El súbito descubrimiento del plan produjo una conmoción extraordinaria en Cuba. Los conspiradores de la Isla no habían sospechado que los preparativos fuesen de esa magnitud. Las emigraciones, tantas veces castigadas por la decepción, recobraron la conciencia de su propio poder y una llamarada de fe más viva que nunca surgió de aquel desastre.” Las autoridades españolas son las más sorprendidas, pues habían cultivado la idea de un Martí “poeta, loco y visionario.”
Reunidos los jefes de Occidente, acordaron el 24 de febrero, primer domingo de Carnaval, como el día oficial del alzamiento. Aceptada la fecha por las jefaturas provinciales de Oriente y Las Villas, y avisado el delegado de Martí que Salvador Cisneros Betancourt, en nombre de Camagüey, secundaría el movimiento a poco de iniciado, Juan Gualberto Gómez envió la confirmación de la orden en un escueto cable dirigido a José Martí: “Giros Aceptados.” En efecto, el 24 de febrero estalló la guerra. Los cubanos vuelven a tomar las armas para independizarse de la madre patria. En España, la noticia se recibe con sorpresa y un poco de incredulidad.
Martí, el líder pragmático, el poeta romántico, el orador de verbo encendido se prepara para empuñar el machete mambí: «Yo invoqué la guerra; mi responsabilidad comienza con ella en vez de acabar. Para mí, la patria no será nunca triunfo sino agonía y deber. Ya arde la guerra. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio, hay que hacer viable e inexpugnable a la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor… Yo alzaré al mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí al último tronco, al último peleador, morir callado. Para mí ya es hora.»
Aquel 24 de febrero de 1895 había sonado la hora de Martí. En aquellas empinadas montañas de Oriente se erguía la Cuba rebelde; luego de haber sido tanto tiempo la Cuba de las manos encadenadas y la esperanza trunca. Los combatientes corrían a empuñar las armas y la ronca voz de la angustia vieja rugía con el cañón y hería con el machete veterano que volvía a brillar en los campos de Cuba.

Bartolomé Masó salió de Manzanillo el mismo día 22, después de recibir el cable de Juan Gualberto, dirigiéndose con sus hombres a la finca Colmenar de Bayate, donde el amanecer del 24 de febrero encontró la casa de vivienda convertida en cuartel. Se puede decir que Oriente entero respondió a la orden de alzamiento. Muchos veteranos de la Guerra de los Diez Años regresaron al campo de la guerra.
Esteban Tamayo Tamayo y José Manuel Capote se pronunciaron en su finca cerca de Bayamo, Rafael Manduley y José Miró Argenter en Holguín, Jesús Rabi, José Reyes Arencibia y Florencio Salcedo en Jiguaní; en el poblado de Baire los hermanos Saturnino, Mariano y Alfredo Lora; en Baracoa los hermanos Galano; de Santiago de Cuba y sus alrededores, salieron conspiradores de gran significación. Encabezando la marcha iba el legendario Guillermo Moncada (Guillermón), con Quintín Banderas y Victoriano Garzón.
Llevando en vanguardia a docenas de jóvenes santiagueros que, empuñando por primera vez el machete mambí, escribieron páginas de gloria y heroísmo en la guerra necesaria. Rafael Portuondo, Alfredo Justiz, Juan Maspons, Mariano Corona, Sánchez Vaillant, Vidal y Juan Eligio Ducasse, Alfonso Goulet, Higinio Vázquez Martínez, Desiderio y Manuel Fajardo, los hermanos Sánchez Hechavarría, Diego Palacios, Pedro “Periquito” Pérez en Guantánamo y docenas de jóvenes orientales que garantizaron el éxito inicial de la guerra.
El 24 de febrero de 1895 en Oriente se caracterizó por el masivo respaldo popular a la insurrección. Fue Bartolomé Masó, el viejo amigo de Carlos Manuel de Cespedes, quien cargó sobre sus hombros la responsabilidad de mantener encendida la llama de la guerra hasta la llegada de los principales líderes. A pesar del desastre de Fernandina, Maximo Gomez, Antonio Maceo y Jose Marti lograron desembarcar en Cuba en pocas semanas. Así fue como el carácter irreductible de Marti se impuso a los golpes del destino, al ordenar el inicio de una guerra que llevaría a España a su ruina total.
Pedro Roig, Esq. es Director del Centro Cubano de Estudios Estratégicos. Tiene una maestría en historia de la Universidad de Miami y un doctorado en derecho de la Universidad de St. Thomas. Ha escrito varios libros, entre ellos La muerte de un sueño: Una historia de Cuba y Martí: La lucha de Cuba por la libertad. Es veterano de la Brigada 2506.