La Guerra de Martí
Por Pedro Roig, J.D.
Si Cuba pudiera llamarse de otra forma, “Martí” se llamaría porque él como nadie, antes ni después, logró despertar en el alma del cubano la fe en un destino superior. Martí fue en aquellos años de derrota, el guía oportuno y acertado, el político conciliador y fecundo, el revolucionario razonador y pragmático que cantó a la esperanza y convocó a la magna empresa de la independencia nacional.
“Y ahora a formar filas. Con esperar allá en lo hondo del alma no se fundan pueblos… alcémonos para la república verdadera… y pongamos alrededor de su estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante. Con todos y para el bien de todos”.
El 5 de enero de 1892, al fundarse en el exilio el Partido Revolucionario Cubano, la causa independentista cuenta con un moderno órgano político de vanguardia y la revelación del genio político de Martí que da sentido, propósito y dirección al movimiento insurreccional transcendiendo su época como un poderoso foco de luz sobre la conciencia de cubanía, que vislumbran Varela, Saco y José de la Luz y Caballero.
Su acción revolucionaria ha de comprender tres gestiones principales: extender y consolidar el Partido, incorporándole nuevos elementos y acreditándolo dentro y fuera de Cuba; recabar fondos para la guerra; y organizar sus fuerzas militares. En esta última gestión descansa uno de los grandes logros de Martí que consistió en juntar bajo la dirección del Partido a los más prestigiosos jefes de la Guerra de los Diez Años.
El Partido lo componen el Delegado, los cuerpos del Consejo y las Asociaciones que eran los antiguos clubes revolucionarios de la emigración. Martí es nombrado Delegado y máxima representación del Partido Revolucionario Cubano. Su incesante actividad encendió la fe en los menos animosos, clausuró las viejas rivalidades entre los jefes militares, logró unir los grupos dispersos de la emigración y articular los trabajos conspirativos dentro de la Isla.
En agosto de 1892, Martí recibió la autoriazación del Partido Revolucionario para viajar a Santo Domingo, residencia del General Máximo Gómez, con el propósito de ofrecerle su antiguo rango de General en Jefe. Esta reunión y la aceptación de Gómez a la invitación de Martí marcan un hecho de singular importancia en la vertebración del nuevo organismo militar al sumar el prestigio del indiscutido jefe revolucionario a la guerra que prepara el “delegado”. La noticia de que Máximo Gómez había aceptado la jefatura militar del ejército cubano dio credibilidad y certeza al trabajo civilista de Martí y contribuyó en gran parte a que los más destacados veteranos de la Guerra de los Diez Años se sumaran a los preparativos insurreccionales. La aceptación del plan de Martí por parte de Antonio Maceo coronó su labor preparatoria.
A fines de 1894, el Partido Revolucionario Cubano disponía de tres embarcaciones para iniciar la guerra: “El Amadís”, recibió en encargo de recoger en Costa Rica a los Generales Antonio Maceo y Flor Crombet, quienes desembarcarían en la costa norte de Oriente. “El Lagonda”, al mando de los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff, llevaría a los expedicionarios hasta Las Villas donde se sumaría al General Francisco Carrillo mientras que Martí y Mayía Rodríguez viajarían en “El Baracoa” a Santo Domingo para recoger al General en Jefe Máximo Gómez y desembarcar luego por Santa Cruz del Sur. Las provincias occidentales se alzarían en armas bajo la jefatura de los generales José María Aguirre y Julio Sanguily. Los fondos de la revolución habían sido invertidos en este empeño. Las tres expediciones debían partir del pequeño puerto de Fernandina, en el litoral floridano en las cercanías de Jacksonville.
Los jefes de expediciones nombraron sus representantes para ultimar los preparativos, pero las graves indiscreciones de un Teniente Coronel cubano malograron la empresa que fue descubierta por autoridades norteamericanas, las que inmediatamente ordenaron la confiscación de las naves y equipos.
El 10 de enero de 1895 Martí es sorprendido por la noticia que recibe en New York, donde se le informa por servicio telegráfico que se han perdido totalmente los equipos. Es el fracaso fulminante, el derrumbamiento de tres años de sacrificios y organización. El súbito descubrimiento del plan cuyo secreto habían guardado celosamente los revolucionarios produjo una conmoción extraordinaria en Cuba. Los conspiradores de la Isla no habían sospechado que los preparativos fueses de esa magnitud. “Las emigraciones, tantas veces castigadas por la decepción recobraban la conciencia de su propio poder y una llamarada de fe más viva que nunca surgió de aquel desastre”. (Jorge Mañach, “Martí, el apóstol”, New York, 1950, Pág. 234)
Las autoridades españolas son las más sorprendidas pues habían cultivado la idea de un Martí “poeta, loco y visionario” (Ibid). La situación de los conspiradores en la Isla se hace en extremo comprometida y Martí toma la decisión suprema de ordenar el levantamiento interno en carta fechada 17 de enero que envía a su delegado en la Isla, Juan Gualberto Gómez, quien la recibe seis días después en La Habana.
Reunidos los jefes de Occidente acordaron el 24 de febrero, primer domingo de Carnaval, como el día oficial del alzamiento.
Juan Gualberto Gómez envió la confirmación de la orden en un escueto cable dirigido a José Martí” “Giros Aceptados”.
La patria se prepara para escribir las páginas más gloriosas de nuestra historia.