Del Proyecto Varela al 711: un camino de liberación
Por Janisset Rivero
Cuando el 10 de mayo de 2002 Oswaldo Payá Sardiñas, Regis Iglesias y Antonio Díaz Sánchez entregaron 11,020 firmas de ciudadanos cubanos ante la Asamblea del Poder Popular en La Habana, abrían una puerta inédita hacia la libertad del pueblo de Cuba. Aquellas firmas, avaladas en un resquicio de las propias leyes vigentes del régimen comunista, demostraban que el pueblo de Cuba quería un cambio de gobierno, que los que no apoyaban el oficialismo eran miles, y que los que habían firmado así como aquellos que con sacrificio las habían recolectado y confirmado, eran solamente la punta del iceberg.
Ese día fue el corolario de años de esfuerzos, de ir tocando puertas, rompiendo el hielo entre la oposición y el pueblo, de comunicación eficaz y confianza en el futuro de Cuba. Desde el exilio habíamos acompañado esos desvelos con el apoyo moral y la esperanza de que la hora de volver estaba cerca.
El Proyecto Varela rompió varios mitos creados por el régimen. Primero, que los opositores eran delincuentes, financiados por potencias extranjeras, y con el objetivo de dañar al pueblo. Los firmantes de ese proyecto constataron que los opositores eran parte del pueblo sufrido, y que además de miseria y precariedad tenían que sufrir el acoso constante de la policía política, los verdaderos delincuentes uniformados. Al romper la barrera que erige siempre el régimen para que no fecunden las simpatías, los gestores del Proyecto Varela enviaban un mensaje de amor y solidaridad a sus hermanos en la Isla: somos todos cubanos y entre todos podemos resolver el principal problema y construir un país mejor. Esa fue la osadía de cientos de activistas, miembros no solamente del Movimiento Cristiano Liberación, sino de decenas de organizaciones de la creciente sociedad civil independiente cubana.
En segundo lugar, en aquellos momentos el discurso del régimen no solamente demonizaba a los opositores sino que los llamaba grupúsculos, implicando que en número eran insignificantes. El 10 de mayo de 2002 le puso fin a esa narrativa. Eran miles los cubanos que pedían cambio, un número que superaba los 10 mil previstos por la propia ley para hacer que sus voces se escucharan en el supuesto parlamento cubano. Y ese número fue creciendo hasta lograr 35 mil firmas.
En tercer lugar, el Proyecto Varela presentaba un camino de cambio a través de la lucha no violenta. Lo habíamos visto en los países de Europa del Este, cambios radicales sin violencia, y lo queríamos ver en Cuba. Una propuesta que iba a tono con la esencia del movimiento de derechos humanos que con tanta visión habían fundado Ricardo Bofill y otros.
Al sentirse cuestionado directamente en la base de su poder, el régimen respondió ratificando la irrevocabilidad del socialismo y luego reprimiento a los principales gestores del proyecto que fueron detenidos y condenados por el simple hecho de organizar una petición popular reconocida en la Constitución.
No solamente vino la represión y el ensañamiento, Oswaldo Payá Sardiñas firmó su sentencia de muerte. Primero lo aislaron, encarcelando a sus principales colaboradores, e intentaron que el dolor de aquellas familias a las que les quitaron sus padres, hijos y esposos lo hiciera desistir de la continuación del proyecto. Pero Payá entregó más de 14 mil firmas en octubre de 2003, solo unos meses después de la ola represiva. La afrenta al poder omnímodo sería cobrada 10 años después, el 22 de julio de 2012, cuando Payá y el joven Harold Cepero fueron asesinados en un atentado disfrazado de accidente automovilístico.
Pasaron 19 años en los que las voces de desesperanza cobraron fuerza. La convicción de muchos de que el pueblo de Cuba no quería la libertad, había sido adoctrinado en el comunismo y la mentira, y no tenía una conciencia clara de lo que es ser libre. Pero llegó 11 de julio de 2021, y de pronto, una pléyade de jóvenes y adolescentes estaban en las calles de Cuba, en una protesta masiva y sin precedentes gritando libertad y cambio.
Como una simiente escondida, clandestina, la verdad germinaba y salía a la luz. El deseo de libertad sigue intacto y a pesar del adoctrinamiento y el miedo, se abre paso en la oscuridad.
Las marchas pacíficas de los cubanos han sido calificadas por el régimen como otra afrenta y han juzgado sin garantías a cientos de cubanos y cubanas. Vuelven a poner en práctica su vieja estrategia de disuasión y convierten el grito de rebeldía de miles en la desesperación de cientos de famililias.
A pesar de todas las maniobras, los generales Raúl Castro, Luis Alberto Rodríguez López-Callejas y Álvaro López Miera saben que el pueblo cubano quiere libertad. Después de 63 años de dictadura no lo han logrado someter. Una y otra vez las voces de cambio surgen y prevalecen para recordarles que la libertad es un camino inevitable.