La dimensión del héroe cotidiano
Por Janisset Rivero
Ya José Martí lo había identificado: tal vez en la profundidad de la simpleza de aquellos versos de Walt Whitman; tal vez en la honradez de las enseñanzas de Emerson; mejor aún, en la calidad a toda prueba de aquellos tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, que con lo poco que tenían echaron los cimientos de una nación nueva.
Estábamos acostumbrados al héroe encumbrado, viril y brillante como punta de lanza de combates gloriosos, pero el héroe cotidiano, a ese lo ignorábamos, pasaba inadvertido ante nuestra vista.
Y cuando fuimos República independiente, aquellos mambises que lucharon en los campos de Cuba a pecho descubierto, aquellas mujeres que lo dieron todo en los campos de Cuba, se convirtieron en los maestros predilectos de nuestras aulas. Formaron las siguientes generaciones en el orgullo de la tierra que los amparaba, la honradez del trabajo y el decoro. Y esa savia que inculcaron los mambises y toda aquella generación que venía de las guerras de independencia, fue la que germinó en las generaciones del 30 y el 50, para que una vez entronizadas las dictaduras autoritarias de Machado y Batista, se irguieran ante el abuso de poder.
Apunta Martí en su ensayo “Nuestra América” que “el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra”. Tal vez es en la paz que el verdadero heroísmo se cuece y se manifiesta.
De esa estirpe vinieron aquellos jóvenes cubanos, hombres y mujeres, de principios de los sesenta. Una vez impuesto el régimen comunista en la Isla, esos fueron los que desde los salones del preuniversitario y las universidades levantaron su voz, también fueron los que comenzaron la lucha por el rescate de la nación, y fueron los que cayeron frente al paredón de fusilamiento gritando “Viva Cuba libre, viva Cristo Rey”.
Fueron llevados a las peores prisiones del país, sometidos a las peores torturas y vejámenes. Supieron morir bajo el ataque de las bayonetas en los campos de trabajo forzado, en las huelgas de hambre, en las protestas masivas dentro de prisión. También supieron sobrevivir al horror, salir de prisión, cruzar el mar que separa a la Isla de los continentes, y reiniciar sus vidas, sin olvidar la lucha por la libertad de Cuba.
En el transcurso de mi vida, he tenido el privilegio de conocer a estos hombres y a estas mujeres sobrevivientes del oprobio. Dios debe haberme puesto entre ellos, para que ahora, y en el futuro, pueda sentarme a escribir y a documentar las vidas de estos héroes de nuevo tipo.
Puedo decir que tienen una mirada limpia; una paz interior que atrae; que incluso los que más han sufrido no guardan rencor, ni son capaces de abrigar un ápice de odio en su corazón. Comparten, eso sí, una convicción callada, recia, viva, que nunca les permite dejar de luchar, ni callar.
Esa resiliencia, esa calidad de su fortaleza espiritual, le agrega un brillo único. Así fueron Mario Chanes de Armas, Agapito Rivera, Eusebio Peñalver, Basilio Guzmán, Polita Grau, Carmina Trueba, Emelina Núñez y tantos más.
Dentro de aquella sencillez y humildad, guardaban (y guardan los que aún viven), un carácter recio, y una resistencia sin límites.
¿Quiénes eran? Campesinos, maestras, abogados, amas de casa, estudiantes de medicina, o de letras. Eran jóvenes comunes, que en el momento difícil supieron ser esos líderes cotidianos, de nuevo tipo, y se irguieron ante las terribles dificultades y pruebas y lograron ser la mejor versión de sí mismos.
“Cuando un día, suba yo a la montaña/ Y en la cima nos volvamos a ver/ Será entonces cuando el sol amanezca/ Flotará la bandera y podremos volver”, así reza el himno que cantaban en prisión y que siguen cantando en el exilio. Esa convicción de volver, de resistir y de seguir a pesar de todo, es el faro que nos ha iluminado todo este tiempo, y es el mejor camino ante el horror.
Es hoy, cuando en las calles de Cuba se dirime el futuro, que la mujer cubana, esa heroína de nuevo tipo, levanta su voz libertaria enraizada en la realidad e inspirada por todas esas otras mujeres y hombres que lanzaron la luz desde la oscuridad de sus celdas.
Si Cuba ha logrado parir estos hombres y estas mujeres, capaces de caminar el más arduo camino, sin una queja; capaces de aprehender la vida desde el dolor más intenso con una sonrisa en los labios; si la ilusión de rescatar la nación y devolverle la libertad es suficientemente hermosa como para aceptar el precio de ese empeño, y pasar la antorcha de generación en generación, el futuro es posible.