CARTAS A PEDRO: DE LA DISTOPÍA A LAS ENTRAÑAS DE CUBA
por Dagoberto Valdés Hernández
La novela “Cartas a Pedro” de la intelectual cubana Janisset Rivero es a la vez viaje, memoria y reivindicación. Es un viaje que tiene como origen dizque en una novela distópica, que la autora, creo por respetuoso pudor ante el dolor y la muerte, no ha querido convertir en crónica, en dato, en sajadura sobre las heridas aún abiertas. Este recato ante la verdad no es disimulo, ni la banalización del mal de la que hablaba Hannah Arendt.
El lector va descubriendo, por sí mismo, que avanza en un laberinto de tiempos diferentes, hacia el irremediable destino de una memoria histórica concreta pero no impuesta, situada pero no exclusiva, asfixiante pero abierta a todas las demás tragedias en cualquier geografía. La asfixia no es por estrangulamiento de la inteligencia sino por la penetrante experiencia que brota de las “Cartas” para encarnarse en las entrañas de la Cuba de ayer, de hoy y, sin duda, del mañana.
Las “Cartas” son memoria porque, aunque no es archivo, ni documento histórico, sirve en bandeja literaria, sobria y apasionante, el antídoto para la amnesia nacional, para que no haya impunidad, ni distracción, ni historia maquillada. La novela es también vindicación martiana de la pasión de Cuba, de su Vía Crucis, de su crucifixión. Pero no todo termina en la inenarrable cruz o en un agujero negro. En el excelente prólogo de William Navarrete se dice este mensaje para nuestros días: “las Cartas se convierten no solo en símbolo de la resistencia, sino que cumplen una función de catarsis ante la impotencia y ayudan a tejer vínculos de solidaridad…”
Sin embargo, debo decir que lo que verdaderamente ha marcado y redimido al que hace esta reseña es el desenlace de la novela, su tinte filosófico, sus preguntas existenciales y su inspiración cristiana. Al leer el capítulo final me parecía escuchar, como aquellas lezamianas “resonancias”, un canon milenario y salvífico que trasvasa al lenguaje poético martiano la redentora virtud de perdonar de Jesús de Nazaret: “En junio como en enero…”, “al amigo sincero” y “al cruel que me arranca el corazón con que vivo”.
Janisset nos presenta unos personajes que podemos ser los cubanos hoy, en la Isla y en la Diáspora, con actitudes complejas y muy humanas, con preguntas transidas de dolor, pero abierta a la sanación del mayor daño antropológico que nos ha dejado el totalitarismo en Cuba: el odio. En un sutil y sencillo cuestionamiento filosófico, no se impone el perdón, pero se cultiva como una rosa blanca. No se exige el perdón se desafía al alma propia, envenenada de odio y de venganza.
No puedo dejar de transcribir aquí las últimas frases de la novela. Creo que son una “Carta” desafiante de nuestra naturaleza humana, urgente y necesaria para hoy y, sobre todo, programa de vida para el porvenir de Cuba:
Junto con las saetas de su propia “transverberación”, remedando el místico amor teresiano, la autora de la carta duda, se interroga, sufre: “Pedro mío, este amor que trasciende las fronteras de la existencia terrenal, este amor que se aferra a mi pecho, este amor que se ha convertido en amor por otros, ¿será mi cárcel o será mi redención?”
Creo firmemente, con Varela y con Martí, en que es “el amor quien ve” y que solo el amor podrá redimir y liberar a Cuba.
Por eso, mientras invito a leer esta entrañable y profética novela, uno mi voz y mi corazón al sentimiento, a la pregunta a Dios, y a la experiencia de la luz, con las mismas palabras de la última y definitoria “Carta” de amor y de esperanza en el futuro de Cuba:
“Cada vez que pregunto a Dios sobre el perdón veo tus ojos de algas y fuego, la luz de tu rostro avanzando en la oscuridad de esta larga noche, y me lleno de algo que podría denominar esperanza.“
He aquí la fórmula de nuestra redención triunfante: Memoria, Justicia, Perdón, Amor y Esperanza.