Martí: la pregunta lanzada en Dos Ríos
Por Janisset Rivero
La teoría de que Martí se suicidó en Dos Ríos, que su objetivo era morir heroicamente, tiene muy poco basamento en los hechos y los escritos del propio Martí y de quienes lo conocieron y sí mucho más de la mitología martiana surgida en la República para encumbrar el arquetipo y desentender al hombre.
A todas luces Martí fue un hombre pragmático, lo cual no le quitaba ser uno de los poetas más ilustres de la lengua española. Fue los dos, y más que eso, un visionario. Para preparar la guerra definitiva frente al yugo colonial, después de la difícil contienda de la Guerra de los Diez Años, y los fracasos posteriores, y convencer a hombres duros como Maceo y Gómez y los demás que se unieron en el 95, Martí no podía ser un iluso soñador, que inventó una Cuba inexistente y se lanzó al martirio.
Para algunos intelectuales de nuestro tiempo es más cómodo creer esta falacia, de pronto se sienten liberados de la responsabilidad de ser consecuentes con la idea de libertad enarbolada por Martí, y que ahora parece más urgente que nunca.

Hay varios aspectos a tomar en cuenta. Primero, José Martí vivió su vida y creó su obra basado en un código de eticidad cuya raíz se afinca especialmente en la ley natural de los estoicos, un cristianismo puro que encarna la idea del bien y el sacrificio, así como la búsqueda de la armonía, como influencia híbrida de las religiones orientales de las que mucho exploró. Martí cree en el ser humano, en su bondad, en el bien como valor inmanente, en la virtud como esencia de toda obra humana, en el sacrificio, el servicio y la solidaridad como modos de vaciarse al mundo, y finalmente cree en la libertad como valor trascendente y definidor del hombre.
Todo su talento artístico y espiritual lo dedicó a la gran obra de su existencia: la libertad de Cuba y la fundación de la República. Es tonto creer que después de haber dedicado todas sus energías a esta obra capital, sacrificando por ello su extraordinaria obra literaria y su propia familia, fuera a caer en las trampas del ego.
Sabía perfectamente que el nacimiento de la República dependía de la rapidez de una guerra que calificó de necesaria al entender que no habían otros caminos posibles para que los cubanos ganaran su independencia. Martí hereda la idea de la República independiente. El hilo de pensamiento del que le llega va hasta Mendive, y el maestro lo siembra en el joven Martí, para que germine en el presidio político, donde éste recibe su bautismo de fuego. Una y otra vez la idea civilista de la República aparece en los textos martianos. Cuando habla de Céspedes y Agramonte dice que el uno es “ímpetu” y el otro es “virtud”.
Pero no deja de apuntar el momento en el que Céspedes “no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad que ha entrado vivo en el cielo de los redentores [..] se mira como sagrado, y no duda que deba imperar su juicio”, y de esta manera Martí analiza cómo Céspedes tuvo que entender al fin por qué la revolución era más que “el alzamiento de las ideas patriarcales cuando la juventud apostólica le sale con las tablas de la ley al paso”. En estas afirmaciones Martí sienta una vez más su idea civilista, liberal y moderna frente a la idea autoritaria y patriarcal, heredada de España. No resta en estos juicios que hace de Céspedes su admiración por el patriota, pero es interesante cómo en ese mismo artículo, al hablar de Agramonte recuerda aquello que el Bayardo le decía a Amalia, su esposa: “¡Jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza y mañana será crimen!”. Al finalizar el ensayo Martí vuelve a citar a Agramonte reaccionando contra los que en su propio regimiento alientan la confrontación con Céspedes: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del presidente de la República!”.
Y ¿este hombre que habla del amor, de la conciliación y de la paz, es el que organiza la guerra que dará la independencia a Cuba de la colonia española? Martí está conciente de la necesidad de esa guerra, por eso la llama la “guerra necesaria”, porque como él mismo afirmó “es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable”. Sabe lo que conlleva la guerra, por eso la prevé vigorosa para que terminase pronto. Sabía el peligro que ofrecía el imperio pujante del norte, entendía que España nunca iba a consentir una negociación con los criollos para entregar “la siempre fiel Isla de Cuba”, y veía con dolor la indolencia de los pueblos de América, de manera que el único camino que quedaba era la guerra frontal contra el coloniaje, pero intuía que en la medida que la guerra fuese más rápida la República podía surgir con más fuerza y el peligro, también presente, del militarismo y el autoritarismo exacerbado que una guerra larga y desgastadora alimentaría, iba a ser menor. Estaba la experiencia anterior, y los problemas que surgieron dentro del propio Ejército Libertador. Por eso, cuando Gómez y Maceo le llaman en 1884 para un nuevo intento después del fracaso de la llamada Guerra Chiquita, y Martí lo deja todo en el entusiasmo primero, surgen las diferencias entre ellos. Y es que Martí encarna la idea del gobierno civil, y los generales ven la guerra en términos militares a corto plazo, mientras que el ideólogo lo ve en términos de la República futura. Es después de este incidente que le escribe a Mercado y le confiesa con referencia a las ideas de Gómez y Maceo:
“¿Ni a qué echar abajo la tiranía ajena, para poner en su lugar con todos los prestigios del triunfo, la propia? [..] ¿Ni cómo contribuir yo a una tentativa de alardes despóticos, siquiera sea con un glorioso fin; tras del cual nos quedarían males de que serían responsables los que los vieron, y los encubrieron, y con su protesta y alejamiento al menos, ¿no trataron de hacerlos imposibles?”
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La postura de Martí años más tarde será mejor entendida por Gómez que por Maceo, aunque ambos llegaron a estimar y querer a Martí. Era también difícil para ellos comprender lo que decía aquel muchacho, más joven, que no había participado en la primera guerra y que era un escritor, un hombre de letras, no un guerrero. Pero sería ya en Cuba, después del desembarco de Martí y Gómez, en la histórica reunión con Maceo en La Mejorana, que resurgiera el conflicto. En varios fragmentos del diario último de Martí se puede apreciar la reticencia de los generales a que existiera un gobierno civil que velara por el desenvolvimiento de la guerra y preparara al país para la República. Parece que las tropas le llamaban a Martí “Presidente”, pero Gómez y Maceo querían que le llamaran general. De acuerdo con el propio Martí, él no quiere que le llamen ni lo uno ni lo otro, y narra:
“El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y en la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaríamos brevemente, y con mejor victoria, y para paz mejor. Preveo que, por cierto tiempo al menos, se divorciará a la fuerza a la revolución de este espíritu, -se le privará del encanto y gusto, y poder de vencer de este consorcio natural, – se le robará el beneficio de esta conjugación entre la actividad de estas fuerzas revolucionarias y el espíritu que las anima. –Un detalle: Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y muestras del goce de la gente en mi presencia y sencillez. –Y al acercarse hoy uno: presidente, y sonreír yo: ‘No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí como General: no me le digan Presidente”.
Martí teme lo que pudiera ocurrir en el umbral de la victoria de las fuerzas independentistas si no se tiene claro la República por la que se lucha. Sólo en su idea, en la soledad más terrible de toda su existencia, él frente al papel en blanco de su diario, su único confidente, escribe con preocupación el 5 de mayo de 1895:
“Maceo y G. hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento del gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, -y una Secretaría General: -la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como Secretaría del ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: ‘pero ¿Ud. se queda conmigo o se va con Gómez?’ Y me habla cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante. Lo veo herido –‘lo quiero- me dice- menos de lo que lo quería’ –por su reducción a Flor en el encargo de la expedición, y gasto de sus dineros. Insisto en deponerme ante los representantes que se reúnen a elegir gobierno. No quiere que cada jefe de Operaciones mande el suyo, nacido de su fuerza: él mandará las cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Ud. –y serán gentes que no me las pueda enredar allá el Dr. Martí’. –En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese al asunto: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defender ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre, -y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir […] Y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.”
Las hojas que corresponden al 6 de mayo están arrancadas del diario. Pero con estas notas puede apreciarse la magnitud de la batalla que Martí enfrentaba en esos momentos cruciales. El fin de la guerra y los primeros años de la República dan testimonio fiel de que los temores de Martí estaban fundados en la realidad: la intervención norteamericana y la subsiguiente lucha hasta los años 30 por lograr la soberanía y el derogamiento de la Enmienda Platt, la propensión a que caudillos militaristas se establecieran como caciques en el poder (Machado, Batista, Castro); la necesidad de preparar al país para la vida civil con instituciones fuertes que defendieran los derechos de los ciudadanos. La circunstancia de Cuba hoy es muestra fehaciente de los peligros que Martí pudo ver, que se cernirían sobre el joven pais si no se preparaban desde la misma guerra las bases. A ésto le dice el “espíritu” de la guerra, que no es más que el espíritu que anima a la nación para hacerse libre. Lo que plantea Martí, es la guerra como último camino, pero inspirada en una serie de principios y convicciones que preparan (el espíritu), y no la guerra inspirada en el deseo de destruir al enemigo y obtener la victoria. Tal vez hay una diferencia imperceptible en estas dos ideas, pero en el fondo son muy disímiles. No quería Martí avivar el odio entre cubanos, y así lo proclama el Manifiesto de Montecristi:
“La guerra no es el insano triunfo de un partido cubano sobre otro [..] La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil. [..] Los que la fomentaron y pueden aún llevar su voz, declaran en nombre de ella, ante la patria, su limpieza de todo odio; su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos equivocados; su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la República; su certidumbre de la aptitud de la guerra para ordenarse de modo que contenga la redención que la inspira”.
Tampoco quiso nunca alimentar el odio a los españoles que residían en el país, y sus pensamientos siempre alentaron el sentido de caridad y reconciliación, incluso sabiendo el dolor que la imposición de la colonia había hecho sentir a los cubanos. Por eso, años antes, cuando en 1887 le escribe a su amigo Fermín Valdés Domínguez quien logró que mediante el testimonio de Fernando Castañón y José F. Triay, fuese demostrada la inocencia de los estudiantes de medicina fusilados en 1871, le dice:
“Tú has servido bien a la paz de nuestro país, la única paz posible en él sin mentira y deshonra, la que ha de tener por bases la caridad de los vencidos y el sometimiento y la confusión de los malvados. Tú, recabando sin cólera de los matadores la confesión de su crimen, has sembrado para lo futuro con mano más feliz de los que alientan esperanzas infundadas, o pronuncian amenazas que no pueden ir seguidas de la obra, ni preparan a ella con determinación y cordura. Tú nos has dado para siempre, en uno de los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia, la fuerza incalculable de las víctimas.”
Y cuando habla de la República dice que la ley primera debe ser “el culto a la dignidad plena del hombre”. Aspira a una nación moderna, que sea incluyente con sus hijos todos y que logre la paz social a través del respeto a los derechos de sus ciudadanos.

Por eso el 19 de mayo de 1895, Martí, está convencido que para llevar adelante la idea de la República con éxito debe ganar méritos militares en el campo de batalla. Entiende que el espíritu de la guerra que ha alentado ha logrado calar en el imaginario del cubano profundo, y que ese espíritu será el único capaz de hacer germinar una nación “con todos y para el bien de todos”. Más que un arrebato lírico, lo que empuja a Martí a arriesgar su vida aquella mañana de mayo es el ímpetu de conquistar su espacio como guerrero para ablandar el camino hacia la República.
Fue en Dos Ríos, en la confluencia del Cauto y el Contramaestre, cuando Martí encontró la muerte frente al fuego español, como la metáfora más acabada de su existencia. Allí lanzó el Apóstol de la independencia de Cuba su pregunta final y definitiva. Pregunta cuya respuesta aún permanece en el aire.
Hemos sufrido con creces los efectos del militarismo, el caudillismo, el odio, la exclusión y la intolerancia en los últimos 70 años de nuestra historia. Los temores de Martí han sido demostrados fehacientemente. Del pujilato entre la idea civilista y la idea miliitarista ya sabemos qué curso tomó nuestra historia. Ahora toca a los nuevos cubanos poner fin a esta pugna y responder la pregunta lanzada por Martí en Dos Ríos, cuya vigencia se avivó a raíz de las protestas populares del 11 de julio de 2021.
¿Cuál tipo de nación seremos capaces de (re) fundar?
1 – MARTI, José, Céspedes y Agramonte, artículo publicado en El Avisador Cubano de Nueva York, 10 de octubre de 1888, en la selección de prosas de Martí realizada por Andrés Iduarte, Unión Panamericana, Washington, Pág. 51
2 – MARTI, José, Cartas a Manuel Mercado, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1946. Página 91.
3 – MARTI, José, Diarios – Con un ensayo preliminar de Fina García Marruz, Editorial Libro Cubano, La Habana, Enero de 1956. Página 204 y 205
4 – Ibid, Página 190-191
5 – LAZO, Raimundo, José Martí: Sus mejores páginas, Editorial Porrúa, S.A. México, 1985. Página 68
6 – MARTI, José, Martí por Martí, Selección, Prólogo y Cronología de Salvador Bueno, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982.