Cuba: la perversion de la palabra diálogo

Por Janisset Rivero
Todo proceso de enfrentamiento y crisis política necesita un diálogo franco para su resolución. Y un diálogo implica al menos dos actores fundamentales en un conflicto: los que detentan el poder y aquellos que lo desafían o desestabilizan. En Cuba, puede afirmarse que se ha vivido una guerra civil por más de 70 años. Desde el golpe de estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, pasando por el triunfo del castrismo, la imposición comunista, hasta llegar a la actualidad.
Durante el proceso de la dictadura de Batista, las numerosas fuerzas de la sociedad civil cubana se esforzaron por llegar a lo que se llamó el “Diálogo Cívico” que permitiera elecciones verdaderamente libres y la vuelta a la constitucionalidad del país.

Pero Batista se encargó de sepultar esos esfuerzos, aplicando lo que llamaron “la brava electoral”, en las dos elecciones manipuladas que convocó. El país se fue al extremo del enfrentamiento violento sobre todo en las ciudades, y la guerrilla en las montañas de Oriente y las Villas. Castro galvanizó esos esfuerzos y triunfó en 1959 con la única misión de restablecer la Constitución de 1940, convocar a elecciones libres en corto tiempo y restituir así el sistema democrático. Sin embargo, traicionó las aspiraciones del pueblo cubano e instauró una dictadura totalitaria.
Se engañan los que ahora, en los umbrales de la etapa definitiva y final de esa intolerante y brutal dictadura, pretenden promover un falso diálogo con un régimen aferrado al poder. Hablo de un diálogo real entre el pueblo que clama libertad y la dictadura que se impone por la fuerza y se niega a dialogar con la oposición contestataria.
Una gran oportunidad tuvo el régimen el 11 de julio de 2021 cuando miles de cubanos se encontraban en las calles pidiendo libertad, para entablar el diálogo con ese pueblo cansado, hambreado, reprimido y lleno de dolor. Escuchar las valiosas razones que tiene ese pueblo para no querer seguir bajo el orden de cosas existente en la Isla.

Pero, el propio Diaz-Canel, proclamado por la dictadura presidente sin legitimidad institucional, incitó a cortar cabezas, a agredir a los que protestaban, a matar si era preciso, y así lo hicieron los testaferros. Después de esos hechos la lista de actos represivos es larga y confirma el modus operandi histórico del castrismo: represión directa en las calles, hacinamiento en los centros de detención, juicios sin garantías procesales, largas condenas a civiles sin pruebas fehacientes, negación de asistencia médica en las prisiones. El radicalismo del régimen además se ha traducido en impedir la comunicación y los servicios de conexión al internet, sumir a toda Cuba en largos cortes de electricidad, torturas contra prisioneros comunes y políticos, hundimiento de lanchas de cubanos desesperados huyendo del país, como ocurrió recientemente en Bahía Honda, agresiones a exiliados en protestas fuera de Cuba, entre otros hechos deleznables por parte del gobierno de La Habana.

Lo que no explican los que promueven ahora el llamado diálogo con la dictadura, esos que hace poco fueron a reunirse con la oligarquía militar y a congraciarse con el régimen para hacer negocios con un país en bancarrota es que la dictadura, como siempre ha ocurrido, lo que quiere son recursos de Estados Unidos, y del exilio cubano. Los que promueven esta opción presentan la misma narrativa que pervierte el verdadero significado de la palabra diálogo: repiten que el exilio es intolerante y no quiere ver las señales que envía el régimen para lograr un acuerdo. Falso, no se puede lograr nada sin tomar en cuenta la naturaleza totolitaria del régimen aferrado al poder. De esta narrativa se ha hecho eco, entre otras personas, el señor Martin Palaus, quien fuera embajador de la República Checa en la ONU, y quien también fuera parte de la lucha contra el comunismo en la antigua Checoslovaquia.
Un diálogo real en Cuba implica el reconocimiento por parte del régimen de la oposición interna y la oposición en el exilio, el verdadero interlocutor del régimen ha de ser el pueblo cubano. Ni el gobierno de los Estados Unidos, ni ex congresistas cubano americanos podrían aportar nada sin este factor presente y activo.

después de su asesinato y son reprimidas.
Recuerdo cuando asesinaron al prisionero político Orlando Zapata Tamayo y las Damas de Blanco salieron a las calles a denunciarlo y a apoyar a su madre Reina Tamayo, la brutal represión que hubo, y cómo sintiéndose la presión en las calles, el régimen acudió al entonces Cardenal Jaime Ortega, y al gobierno español, para desterrar a los prisioneros políticos de la Primavera del 2003 quienes se encontraban en condiciones de aislamiento y fuerte represión. El régimen jamás reconoció a las Damas de Blanco como interlocutoras de lo que estaba ocurriendo. Las decisiones se tomaron unilateralmente. En otros momentos de esta historia, ha sido igual. Jamás el régimen, ante la presión interna, ha reconocido la voz del pueblo cubano, como el factor protagónico. ¿Por qué ocurre esto? Porque el régimen no tiene voluntad de cambiar las cosas, y lo que necesita es apoyo económico para que las cosas continúen como están. Su lema es: somos continuidad, y eso es lo que están comprando con estas gestiones disfrazadas de diálogo.

Los que se prestan a esta nueva estrategia de supervivencia de la dictadura de La Habana, le sirven en bandeja de plata la salida inmovilista, en vez de mirar hacia el pueblo cubano y sus reclamos.
El verdadero protagonista del cambio en Cuba no es el gobierno, al que a todas luces le interesa el inmovilismo y el continuismo. El verdadero protagonista del cambio en Cuba es el pueblo cubano. Una y otra vez, los analistas, dejan al pueblo fuera de la ecuación.
La perversión del concepto de la palabra diálogo y los consecuentes esfuerzos por afirmar esta falacia y promover una vía artificial de cambio para beneficiar al final el poder totalitario en Cuba, constituye una traición a los principios por los que en su momento también luchó el propio Vaclav Havel en Checoslovaquia, y una afrenta contra el pueblo cubano que lucha y sufre.